CRÓNICA | una patrullera al volante de sus sueños

Karen Tarazona, la primera mujer conductora de la Policía en Bolívar: una hija única, valiente y nacida para abrir caminos.
  • Ella sonríe, se acomoda el uniforme y responde con la seguridad de quien ha peleado cada kilómetro de su vida
  • El tráfico cartagenero intimida a cualquiera, pero no a Karen
  • Aprendió en una Vitara, con los nervios de quien sabe que lo que está aprendiendo no es solo una habilidad
  • En una oficina rodeada de hombres, ella destaca sin necesidad de alzar la voz

Karen Johanna Tarazona Gaitán, de 26 años, no solo conduce un vehículo de la institución: también conduce su propia historia. Una historia que comenzó en Bucaramanga, tierra de mujeres decididas, y que hoy rueda con fuerza por los caminos del Departamento de Policía Bolívar, donde se ha convertido en la primera mujer conductora de servicio oficial.

“¿Usted maneja esa camioneta tan grande?”, le preguntan una y otra vez con ojos sorprendidos. Ella sonríe, se acomoda el uniforme y responde con la seguridad de quien ha peleado cada kilómetro de su vida: “Sí, señor. Yo soy la conductora”. Su responsabilidad es transportar a una teniente coronel adscrita al área administrativa.

Quienes conocen a las mujeres nacidas en Bucaramanga saben que llevan el carácter en el acento y la determinación tatuada en el corazón. Karen, aunque criada en Floridablanca, conserva esa mezcla de temple y dulzura que distingue a las hijas del oriente colombiano. Hija única de Leonor Gaitán y Pablo Antonio Tarazona, creció entre empanadas y frutas en el puesto de su madre en la plaza, aprendiendo desde niña a ganarse la vida con esfuerzo.

“Estudiaba en el colegio y luego me iba a ayudarle a mi mamá. Mi niñez fue sencilla, sin lujos, pero llena de amor y trabajo”, recuerda con un nudo en la garganta.

Durante años, su corazón estuvo dividido entre los hospitales y las patrullas. Comenzó a estudiar Enfermería y llegó hasta sexto semestre, pero no encontraba su lugar. Hasta que un día, en plena clase de inglés, escuchó la voz de su destino.

“Si no lo intento ahora, no lo intento nunca”, se dijo. Y se lanzó. Sin decirle nada a sus padres, se inscribió al proceso de incorporación a la Policía Nacional. Pasó. A la primera.

El 30 de abril de 2024, con lágrimas en los ojos, ingresó a la Escuela de Carabineros en Vélez. “Me despedí de mis papás llorando como una niña. Mi papá acababa de salir de una cirugía de corazón abierto, y no sabía si lo volvería a ver igual. Fue durísimo”.

Su destino al volante nació precisamente en ese momento. Su padre, con voz débil pero espíritu fuerte, le hizo una petición que le cambiaría la vida: “Usted va a ser mis ojos en la vía, mija. Aprenda a manejar, yo le tengo fe”. No fue solo una instrucción: fue un legado de confianza.

Y así lo hizo. Aprendió a conducir en una Vitara, con los nervios de quien entiende que está aprendiendo algo más que una habilidad: está asumiendo una gran responsabilidad. Hoy, maneja un vehículo oficial con total dominio.

“Antes de encender esa camioneta, reviso todo: el aceite, las llantas, el motor. No es mío, es de la institución, y hay una vida al lado mío que debo proteger”.

En una oficina rodeada de hombres, ella destaca sin alzar la voz. Su presencia habla por sí sola. “Al principio fue raro. No tenía con quién hablar. Pero con el tiempo, los compañeros se han ganado mi respeto y yo el de ellos. Me apoyan. Ya no me siento sola”.

Ha hecho de todo: conducción, apoyo administrativo, manejo de sistemas, atención al mando. “Cuando no sé algo, pregunto. No me da pena. Si uno quiere crecer, tiene que hablar, aprender, insistir”.

El tráfico cartagenero intimida a cualquiera, pero no a Karen. Aunque cada curva o embotellamiento le suben la adrenalina, el orgullo de conducir una camioneta institucional supera cualquier miedo.

“La gente se me queda viendo. Me dicen: ‘tan chiquita y conduciendo ese carro’. Y yo solo sonrío. Porque sé todo lo que me costó llegar a ese asiento”.

La Navidad de 2024 la pasó lejos de casa, encendiendo una velita improvisada en medio del monte, con las manos quemadas y el corazón lleno de nostalgia. “Pensaba en mi abuelo, que ya no está. En mi mamá, en mi papá. Lloré calladita. Pero también sentí que estaba donde tenía que estar”.

Karen sabe que su historia no le pertenece solo a ella. Es el reflejo de muchas jóvenes que alguna vez pensaron que sus sueños estaban detrás de puertas cerradas. A todas ellas les envía un mensaje cargado de esperanza y determinación:

“Mujer, si es tu sueño, súbete al volante. No importa el miedo, lo importante es que no te detengas. También estamos hechas para conducir, para liderar, para proteger. Somos fuertes, valientes y más que capaces de tomar el control de nuestro destino”.

Su historia no pasa desapercibida en la Policía Nacional. Es reconocida como un referente para las nuevas generaciones de mujeres policías, porque ha demostrado que no existen labores exclusivas de género cuando hay disciplina, entrega y vocación de servicio.

Cada vez que gira la llave de esa camioneta que recorre las calles de Cartagena y los caminos de Bolívar, no solo enciende el motor: también enciende el legado de su familia, el orgullo de una institución que cree en la equidad, y, sobre todo, la esperanza de muchas mujeres que la miran como un espejo de lo posible.

En cada curva, en cada trayecto, va la historia de una mujer que decidió no ser pasajera… sino la conductora de su vida. Una historia de lucha, de fe y de valentía que se abre camino al volante.